Digamos todo empezó esta mañana cuando sonó el timbre.
-¿Quién llama?. dije
- Buenas, vengo a vender incienso- dijo la voz detrás de la puerta
- Oh, no gracias. No estamos interesados en comprar incienso
- No, no. Vengo a hacerle las preguntas del Censo
-Oh, disculpe. Deme un segundo, ya le abro
Desde la puerta me dediqué a contestar una larga serie de preguntas como: cuántos vivimos en la casa, nuestros nombres, en qué año nacimos, cuántos cuartos y baños hay, de dónde viene el agua, de dónde viene el gas, si tenemos cable, si estamos asegurados, hasta qué nivel estudiamos, si compartimos el mercado o cómo lo hacemos. Hasta que llegó la pregunta: ¿Cuánto son sus ingresos?. (Paranoia...)
- Deme un segundo ya vuelvo- dije, y entré para hacer una llamada
- ¿Es un deber contestar a todas las preguntas del censo?, susurré
-No- dijo la voz en el teléfono
-Ok, gracias
Colgué y volví.
-Disculpe señorita, prefiero no responder
Y así, de brazos cruzados, me limité a contestar las preguntas que me parecían justas y me negué a contestar las que parecían sospechosas. Una vez terminada la encuesta, pegué la calcomanía de "censado" en la puerta y entré.
Yo no suelo ser una persona paranoica en lo absoluto, más bien tiendo a ser muy desprendida de esos miedos. Pero el tema de la inseguridad no se trata exclusivamente del terror que sentimos los venezolanos, más que todo desde hace unos años para acá, de que nos secuestren, de que nos asalten, de que nos maten por quitarnos un teléfono o sencillamente como consecuencia de una ira descontrolada. Es una inseguridad que va más allá; hasta el punto de hacernos desconfiar en soltar informaciones que luego puedan comprometernos. Es una inseguridad que se manifiesta con cualquier persona que se nos acerque a preguntarnos algo, y eso incluye a los funcionarios públicos. Corrijo, eso se siente especialmente con los funcionarios públicos.
Recostada de la puerta, me dije a mí misma: "Es este país que nos tiene locos" y suspiré.
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martes, 6 de septiembre de 2011
lunes, 29 de junio de 2009
domingo, 5 de abril de 2009
La Desmoralización Colectiva
Al principio de la película The Doubt (2008), el padre Brendan Flynn, interpretado por Philip Seymour Hoffman, habla sobre la sensación colectiva que se vivió en Estados Unidos el día en que asesinaron al presidente Kennedy. Un hecho, como muchos otros en la historia, que dejó a la población completamente desmoralizada. Sin embargo, lo más relevante acerca del sermón que ofrece el padre Flynn, es que peor que sentirse desmoralizado colectivamente, sólo existe una cosa: "sentirse solo".
Los sucesos acarreados en Venezuela durante la semana pasada, me dejaron una sensación de desolación y desamparo, que a pesar de haber experimentado muchas otras veces durante estos diez años de mandato me hicieron sentir cada vez más cerca el plan de gobierno que tanto hemos temido. Sólo hace falta ver los hechos para predecir lo que está a punto de hacerse realidad:
-La sentencia de 30 años que condena a los 8 agentes metropolitanos, que estuvieron presentes en la marcha del 11 de abril.
-La amenaza de persecusión política, que no será ficción para Manuel Rosales, Antonio Ledezma y el resto de los representantes de la oposición.
Sin embargo, esto no ha sido impedimento para que nadie se vaya de vacaciones. No es casualidad que las peores noticias que recibimos como ciudadanos, en su mayoría, nos sean transmitidas, precisamente, días antes de que se inicien las festividades, cuando todos viajan para la playa y nadie está pendiente de hacer algo.
No hay excusas válidas para no manifestar nuestros derechos y opiniones, no importa si estamos solos o cansados, lo que hagamos ahora quedará para la historia, para nuestro país y sobre todo para nuestras conciencias. La desmoralización debe ser colectiva y debe acarrear algo: acciones.
Por último, quiero compartir este artículo de Eugenio Marínez, que espero sirva como reflexión: 30 años de condena para los comisarios y usted en la playa.
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