Siempre le tuvo temor a las ansias, porque las ansias la hacían actuar impulsivamente.
- Lo mejor en estos casos es no hacer nada; la próxima vez me acostaré a dormir-, se dijo en muchas oportunidades, hasta que la frase se convirtió en su ley de vida. Y sin quererlo, Laura comenzó a sentir una angustia muy profunda cuando él le dijo que debía marcharse; esta vez, sin regreso.
-No me gustan los finales-, se escuchó diciéndole antes de abrazarlo en el aeropuerto. A él parecía no importarle, recibió sus brazos, la miró rígido y se despidió en seco.
-¿Cómo lo haces?-, le dijo Laura, -¿cómo puedes estar tan calmado?
- Porque no está en mis manos hacer nada-, le contestó.
Ella sentía ganas de llorar, pero no lo hizo; sentía ganas de besarlo, pero se contuvo. No debía evidenciarse, a sabiendas de que no recibiría nada a cambio. Ya le había pedido demasiadas veces que se quedara y nunca obtuvo una respuesta positiva. Para Laura, todo estaba dicho.
Él se fue sin mirar atrás. Ella lo vio partir con el corazón destrozado. Y la vida se le pareció a esos adioses y tumbas de los que había leído alguna vez. Todo lucía como ese aeropuerto, del que con frecuencia partían sus allegados, mientras ella permanecía en la sala de espera, aguardando por el regreso de alguno o por la congelación en el tiempo.
1 comentario:
Era Laura Avellaneda?
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