A veces te veo en sueños. Te asomas hacia adentro de mi ventana y me miras sin expresión. "Dijiste que tenías algo importante que decirme", comentas. No se me hace extraño, siempre contestabas a mis llamados cuando utilizaba esa palabra: importante. Tus ojos brillan más que nunca y no has terminado de entrar a la casa cuando yo ya te estoy abrazando, permaneces impávido y sin decir palabra. Tu contextura es la misma, tu altura tampoco ha cambiado. Pienso en tus piernas, pero no digo nada, te siento muy real y es lo que importa.
Terminas de entrar a mi cuarto. Instintivamente, veo un calendario: hoy es 23 de enero. Me alerto, pero intento disimularlo. Trato de distraerte para que pases el tiempo conmigo y no hagas algo de lo que podrías arrepentirte después. Te hablo, te retengo, pero sutilmente cambias el tema de conversación. Te advierto que he visto el futuro y sé lo que puede sucederte, pero no respondes. Te hablo de consecuencias y tú sólo me sonries, como si quisieras hacerme caso, pero estuvieras al tanto de que ya no está en tus manos. Yo estoy contenta de verte y no quiero que te vayas, aún cuando parece inevitable. Desapareces.
Mi vista deja de ser borrosa y tardo unos minutos en entender que se trataba de otro sueño. Todo lo que daría por verte sólo una vez más.
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