Yo que te buscaba entre las hojas del bosque, cual Alicia persiguiendo a un conejo, y tú que te ocultabas detrás de un árbol oscuro y fornido. De la silueta del tronco fuiste asomando poco a poco tus pestañas negras, tus grandes ojos azules, tus rizos dorados y tu cara de niño. Tan pequeño, sólo eras una criatura perdida, que confesaba haberse robado la identidad de alguien más. No traías contigo rastros de ti, más que tu propio nombre: era el perfecto disfraz para cubrir un atardecer onírico de inocencia.
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