Sorprender es un arte que implica de un perfecto uso de la sutileza. No sólo se trata de organizar una fiesta de cumpleaños o regalar algo que sabías que la persona quería desde hace tiempo, se puede reducir a cosas tan sencillas como hacer un escrito, mostrar una canción muy buena o despistar sobre el final de una película que nos pareció impactante. "Tienes que ver Sexto Sentido, ¡te vas a quedar loco con el final!", sería un error muy común en ese orden, porque entonces la persona estaría predispuesta a que algo va a suceder y cuando se entere de que Bruce Willis está muerto no lo va a disfrutar como tú lo hiciste.
Por ello, lo principal para lograr el cometido es deshacerse de la ansiedad. Cuando queremos asombrar (sobre todo a los que nos gusta hacerlo) transmitimos una especie de vibra que pone a los demás en estado de alerta. Es necesario mantenerse relajado.
Lamentablemente, vivimos en una era donde la información viaja velozmente a través de medios como Internet e incluso, a través de formas de publicidad indirecta como la que corre a través de los pasillos (de boca en boca) por lo que resulta muy difícil mantener el suspenso. Otra de las recomendaciones que puedo ofrecer como entusiasta del tema es no tocarlo en lo absoluto y tratar de mantener a la gente desinformada sobre el mismo.
Algo que suele sucederme, es que se me presenta el reto de querer asombrar a las personas que huelen que algo anda raro. ¿Nunca han visto una película con alguien que pasa absolutamente todo el rato tratando de adivinar el final? Quizás esto me perturba un poco, porque definitivamente en la época en la que vivimos ya nada nos sorprende y en mi caso, las películas buenas (aquellas que me dejan pensando en ellas después de que salí del cine) representan una oportunidad de lograrlo.
La última clave importante de este arte es el secreto. Es imperativo no comentarle a nadie lo que estamos planificando. "Si no fuiste capaz de guardar tu propio secreto, ¿por qué esperarías que alguien más lo haga?". Recuerdo que hace unos años quería hacer un regalo que me tenía muy emocionada y se lo comenté a mi mejor amiga. Sin mala intención, ella le dijo a la persona: ¡te va a encantar lo que Ana tiene para ti!
En el caso de mis padres, ellos se emocionaban mucho con los regalos de Navidad y me decían cosas como: En vez de esa bicicleta que pediste, ¿no crees que sería chévere que Santa te trajera unos patines?. Entonces para mi era inevitable fingir la cara de asombro cuando abría la caja y se trataba de... unos patines.
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