Nunca he sido de las personas que hacen própósitos de final de año, porque creo que la oportunidad de comenzar está presente en cada instante. Así, podríamos querer bajar de peso en abril, o dejar de fumar en octubre sin dejar que el tiempo fuera una limitante que nosotros mismos hemos creado para posterganos en una vida que se vislumbra eterna al comiezo y al final escasa. Entonces, debería ser el tiempo. más bien, la oportunidad de aprovechar cada vez que amanece, que nos levantamos de la cama y decidimos hacer algo, dándonos cuenta que nuestra vida siempre ha estado en nuestras propias manos. Sin garantías.
Hace exactamente 365 días, contaba los segundos para que se fuera un año que parecía gris desde muchos puntos de vista, protagonizado por la partida de muchos seres irremplazables, enfermedades y esos golpes que a uno lo hacen crecer sin darse cuenta. Quizás por eso, este 2010 que se apaga, fue todo un alivio, un período de transición y estabilidad que me dejó algo que hace tiempo no lograba conseguir: paz.
Deseo que todos ustedes, silenciosos lectores, reciban de este 2011, no lo que quieren como diría la mayoría, sino lo que realmente necesitan. Que hayan aprovechado el año para volver a los detalles, abrazar a sus abuelos y escuchar todas las historias que tienen que contarles, reconciliar sus diferencias, vivir de verdad, teniendo el impulso de hacer lo que siempre han querido. Pero que esto no sea un estado temporal. No den la salud por garantizada. Ni los abrazos, ni los besos, ni la vida. Porque sí, el tiempo es eterno, pero nosotros no.
Salud.
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