sábado, 30 de julio de 2011

Como gatos bajo la noche

Después de darle vuelta en la cabeza
a tanto gato encerrado,
patear la calle bajo el sol,
limpiar lo que sirve y botar los escombros,
gastar las horas sin involucrarte,
revolcarse entre las letras vacías, las cuerdas llenas
y, algunas veces, el piano de Tom Waits,
intravenoso;
de tratar de hacer algo relevante con el cuerpo,
que pesa,
y sentarse sobre el techo por las noches,
para contener la ansiedad y
dejar de competir contra el propio recuerdo.
Después del vouyerismo exacerbado
y esa sincronía de la inconstancia,
de tanto trago dulce para diluir la amargura,
las batallas, que no son más que internas,
los horarios, la falta de ellos,
el exceso de aclaratorias,
la percepción equívoca y la conjetura;
es necesario apartarnos de las preguntas,
del pánico
y la obsesión por resolver los enigmas,
dejar atrás los sueños grises,
que fueron nuestra mayor tortura,
ver más allá de lo certero,
que suele ser lo más simple,
esperarnos al final de los tiempos
y buscar el regreso desde el menester de la calma.
Para dejar de ser gatos pardos
que camuflajean sus párpados bajo la noche

y que esperan abrir sus ojos para encontrarse
con el tacto de una mano de terciopelo.

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