Wilde decía que quien no entiende una mirada no merece una explicación. Sin embargo, sentirse aludido en primera instancia frente a la palabra y el gesto, como por instinto, suele hacerse difuso más adelante, después de la racionalización exhaustiva de los detalles que superan a la corazonada.
Habría que evaluar entonces si definitivamente existe esa complicidad o compartimiento de la percepción. Si esas dos personas que entran en juego, habitan el mismo sitio y conforman el mismo momento en el que cabría entender a los ojos. En caso contrario, no quedaría más que el hundimiento, el comienzo de las ideas asumidas equívocamente, y quizás el revertimiento de las connotaciones y significados, que se refugian detrás de la insinuación.
Es un arte mirar
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