Él decía que nosotros no eramos de esos privilegiados que viven sin dolor ni consecuencias. Dábamos tumbos cuando el piso se hacía nada y sentiamos un profundo pesar, cuando era otro el que se suponía herido. Y decía "nosotros no eramos", porque el parecido era tan deslumbrante, que para saber del otro sólo era necesario pensar en uno mismo. Cada conversación parecía ser un cadáver exquisito. Un diálogo que se convertía en una sola voz en mundos distantes, de verdades crudas e hirientes.
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