Este 2012 que se va, fue un año de desprenderse de cosas. De soltar y dejar ir. Un año de adioses y tumbas, como dirías, aunque ya ni siquiera estés aquí, más que en mi propia memoria.
Como una escena de película, donde sólo corre la música y se ven los días pasar, no estaba lista para dejarte ir y mucho menos para que me soltaras de esa forma tan inesperada, sorpresiva y, al parecer, contundente. Pero quizás de eso se trataba "dejar que la vida sucediera" como repetiste tantas veces.
De aceptar realidades y parpadear el presente.
Comenzó triste. Como todos los años, tuvo un marzo con sus idos, muy duro. Y, por el contrario, un abril muy hermoso y floreado, que se abrió a nuevos caminos y oportunidades; muchos de los cuales fueron efímeros, pero necesarios para cerrar ciclos, estabilizarse y avanzar. Para comenzar de nuevo, pulcro, desde cero.
He tenido años peores, por lo que no podría quejarme de este. Así como también he tenido mejores, sin lugar a dudas. Como todos mis años pares fue plano, lleno de reflexión y autodescubrimiento.Pero en definitiva, de transición para vaciar las manos y dejarlas limpias y abiertas, esperando que se llenen de cosas nuevas, gratas y mejores durante el 2013 y los años que le siguen.