- Estoy jodida, te compraste un gato.
- No lo compré, lo adopté en un refugio. Y ¿qué te hace pensar que cualquier grosería que sale de tu boca es poesía?.
- Pues no lo sé. Lo honesto quizás. Los autores más brillantes no se eximían de eso.
Bah... No pienso que todo lo que salga de mi boca sea poesía. Trato de crear algo grandioso y sólo salen palabras baratas. Incluso pensé en cambiarme el género. Disfrazarme de hombre por un rato. Pero era muy obvia mi inexperiencia masculina, nunca he tenido barba y además... estoy cansada de ser un personaje secundario en mis propias historias. Maldita sea, no dejo de pensar en tu gato.
- ¿Podrías dejar de maldecir? Y ¿qué tiene de malo mi gato?
- Pues no es el gato, eres tú y el gato. Tú y ella y el gato. Tú y ella y el gato, y yo viendo a las salamandras dando vueltas en el cuarto como un par de ciegos. A veces se encuentran y hacen el amor en la pared. Yo apago la luz y escucho... Qué importa este cuento de animalejos.
- Cuéntame más.
- Pues no sé que más decirte de las salamandras, pero del gato...
- Y continuamos con el tema...
-
El asunto es que si yo pintara un gato, montado sobre un poste de luz muy brillante -Y con esto no quiero decir que sea buena pintando- pero si lo hiciera, y te lo mostrara, y tú me dijeras que
qué bonita me quedó esa iguana montada sobre una palmera. Yo me preguntaría... (En vez de pensar que estás loco, viendo cosas donde no son) ¿Qué hice yo para plasmar una iguana y un coco y quizás una playa? ¿Qué hice yo para que no veas mi cuadro cómo es?
- Y, ¿qué importa lo que yo piense del cuadro?.
- Pues importa. Porque lo ves mal. Y me ves mal. La cuestión es que al final de cuentas, la que ve mal todo, soy yo.
- Insisto. No importa lo que yo interprete de tu cuadro, el cuadro es el cuadro. Y el cuadro no existe. Tampoco importa que me haya comprado un gato, le haya puesto un nombre y ahora viva con él. Ni siquiera te gustan. Por qué darle tanta vuelta a las cosas a raiz de asunciones tuyas.
- No importa el gato. Ni que te hayas ido. Sólo que ahora, miro este cuarto, la luz de la vela. Y yo pagando mi frustración con las letras. Y me doy cuenta que...me doy cuenta que… ¿Dónde estás?
Creo que enloquecí con tanta soledad.
Apuntes de una novela atemporal