"No se puede evitar lo inevitable", decía un viejo recorte de periódico pegado con cinta adhesiva detrás del computador de Julia. Ella se quitó los lentes de pasta negros, los colocó sobre la mesa y subió dos de sus dedos entre las cejas, poco a poco, hasta llegar al final de su frente. Con el pulgar en la sien y estirando la piel de su rostro, apoyó el codo sobre el escritorio y miró de reojo a Ruth, quien se acercaba lentamente al reproductor para colocar un Cd de villancicos.
Sabiendo que cualquier objeción sería inútil, contuvo la desesperación en un suspiro. Faltaba poco para Navidad, así que no quedaba mucha gente en la oficina y nadie entendería que, en efecto, ella tenía que trabajar.
Ella era la chica "bohemia" del grupo, la extraña que había estudiado Artes en vez de una carrera útil y sin embargo, resolvía tanto desde el silencio, que había que dejar presente su ausencia. Lo sabía, así que hizo caso omiso del rechazo que sentía por las expresiones decembrinas y se colocó los audífonos para escuchar Maybe Not de Cat Power.
Mientras el piano timbraba en sus oídos, balanceaba la cabeza de arriba a abajo y cerraba los ojos, que abría de vez en cuando para continuar con la frase, que llevaba rato tratando de completar: "Las hojitas amarillas volaban en el interior del auto mientras nosotros..."
En el fondo, Ruth cantaba desentonadamente, mientras que ella subía el volumen y tecleaba cada vez con más y más fuerza; tanto, que no escuchó cuando su teléfono móvil comenzó a sonar. Al otro lado de la línea, Martha, una vieja amiga de la universidad y que tenía dos años sin ver, llamaba para invitarla a almorzar, ya que se encontraba manejando cerca de la zona.
Julia se quitó los audífonos y se levantó de su puesto para buscar una impresión de lo que había logrado concretar. Caminó por el pasillo hasta llegar al comedor, se sirvió una taza de café y se dirigió hasta el ascensor, que parecía estar esperándola con las puertas abiertas.
En vista de que Julia nunca contestó, Martha siguió manejando de largo y llegó al semáforo, que estaba en rojo. Un chico cruzó la calle rápidamente y pasó frente a ella, quien sólo vio la estela de su silueta entre la gente, cual extraño que pasa sin dejar huella.
Alejandro siguió caminando, no era de esa clase de personas que necesitan vivir planificadamente. Y sin tener razón alguna para hacerlo, se detuvo por un instante. Las hojas quemadas bailaban sobre el asfalto de aquella acera, que Julia podía haber transitado de haber contestado la llamada. El podría haber irrumpido en su soledad. Haber visto en ella más allá de lo obvio. Sucederle. Dejar que lo encontrara. Descubrirla en medio de la gente y sobrevivir a las certezas que le hubiese pedido. El podría vivir haber vivido el día a día sin importar los antes ni pensar en lo que vendría después.
Julia terminó de revisar los escritos y retiró la taza de café del muro, cuando vio desde la azotea como un chico caminaba frente al edificio.
-Es mejor que regrese pronto, pensó.
Julia terminó de revisar los escritos y retiró la taza de café del muro, cuando vio desde la azotea como un chico caminaba frente al edificio.